CAZADOR CAZADO


WALTER OPPENHEIMER

Inglaterra Ha vivido estas semanas una convulsión sólo comparable a la generada por la guerra de Irak: la caza del zorro a caballo con podencos y de cualquier otro mamifero silvestre, como ciervos, liebres o visones. Donde unos ven un deporte legendario que engarza al hombre con la naturaleza, otros ven una diversión sanguinaría e indigna. Inglaterra está dividida, pero no es fácil decir quién está a cada lado de la frontera. La Alianza Campesina, el poderoso lobby de los cazadores, ha presentado la batalla como un enfrentamiento entre el campo y la ciudad, un agravio para una mi- t
noria rural incomprendida por la. mayoría urbana. Neil Ward, profesor de la Universidad de Newcastle, experto en conflicto y cambio social en la sociedad rural, pone en duda esa visión: "&- Está en cuestión si la caza del zorro es realmente importante para la vida rura1 inglesa, aunque desde luego es muy importante para la gente que participa en la caza".
Tradición y modernidad "El enfrentamiento político en tomo a la caza es en realidad un choque acerca de las ideas sobre la sociedad moderna y la sociedad tradicional que se acentuó con la llegada de los laboristas poder en 1997", asegura. "Los toríes tienen un especial interés en conservar el pasado, en conservar aspectos tradicionales de la
identidad nacional y también de la identidad rural. Los laboristas se identifican más con la modernización, con renovar, cambiar, reformar las instituciones tradicionales. Es un choque de ideas entre modernidad y tradición".
Los primeros intentos por prohibir la caza del zorro se remontan a 1949. En los años setenta, el debate se centró en la ~"i-;l;I'I..1'I 1'1.. 1.. """7" n ...nni-rn- [lar la especie, pero los estudios acabaron demostrando que esa utilidad se reducía a unas pocas zonas, principalmente en Gales. Luego se ha desplazado a su importancia económica. Las investigaciones independientes de los últimos años estiman que sólo entre 6.000 y 8.000 personas trabajan directamente en la caza' del zorro con podencos, y no todos esos empleos se perderían con la prohibición.
"Más recientemente el debate se ha desplazado hacia la cuestión de las libertades civiles y si es o no asunto del Estado interferir en una práctica social y cultural de una minoría de la población. En particular cuando la caza es una práctica muy importante en términos de identidad social y comunitaria", explica el profesor Ward. "Yo nunca he si-
do cazador, pero entiendo que los cazadores encuentren en ello un gran placer y que estén muy enfadados porque Creen que los diputados que han decidido prohibirla no entienden verdaderamente qué significa la caza".
Roger Scruton, pensador y empresario agrícola, denuncia el imperio de la mayoría sobre la minoría: "En nuestra Constitución no hay ningún artículo que ponga línrites a la legislación que puede ser aprobada por el Parlamento. En el pasado existía una convenci6n, una aceptación general sobre en qué asuntos no era apropiado legislar, pero todas esas convenciones se han desmoronado y nadie sabe si el Parlamento tiene derecho a legislar o no sobre esos asuntos.
Hasta cierto punto eso cuestiona profundamente la democracia, aunque no si es antidemocrático". Scruton asegura que detrás de la prohibición se esconde un gran deseo de echar a perder un deleite de la clase alta porque se ha hecho una asociación hist6rica entre la caza del zorro y la clase alta terrateniente", aunque admite que "también está el factor de los movimientos de los derechos de los animales, que está ganando mucho terreno no sólo en Inglaterra, sino en todas partes".

Donde unos ven un deporte legendario que engarza al hombre con la naturaleza, otros ven tan sólo una diversión sanguinaria e indigna. Sólo entre 6.000 y 8.000 personas trabajan directamente en la caza del zorro con podencos, y no todo esos empleos se perdería con la prohibición.

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